jueves, 19 de diciembre de 2013

LIBROS DE AUTOGIROS

En la literatura castellana existen dos libros sobre autogiros.






Fernando Roselló Verdaguer 
El autogiro y su vuelo


Es piloto militar de helicópteros basado en el Ala 48,  402 Escuadrón de transporte de Personalidades y Búsqueda y Salvamento (SAR) en Cuatro Vientos. Cuenta con 6.000 hrs. de vuelo de las cuales 2.000 hrs. son de autogiro. Autor del libro “El Autogiro y su vuelo”, Editorial Thompson Paraninfo. Fernando ha realizado con éxito el primer viaje Península Canarias con éxito en 2007. En junio 2009 lo volverá a realizar batiendo varios records al ser un vuelo directo sin escalas de unas 9 hrs. de duración. Fernando es igualmente piloto de ULM con habilitación de instructor, DCG y radiofonista. Tiene 8 años de experiencia en la enseñanza práctica de vuelo en autogiro y en formación aeronáutica.  Habla castellano, catalán e inglés. Nacido el 21 de enero de 1962, está casado y tiene 4 hijos. Fernando es sin duda el “gurú” de los autogiros en España.






Edgardo Maffía
La biblia de los autogiros

Me tocaron en el reparto, unas alas rotativas. Quizá para diferenciarme de los aviones que tienen las alas fijas....o de los ángeles, que las tienen batientes.
Ya estaba enamorado de los autogiros, mucho antes de ver el primero. Cuando era chico veía volar a los próceres de mi mundo de historietas, en pequeños helicópteros que aterrizaban en terrazas y se metían entre medio de los altos edificios de aquélla mítica "Ciudad Gótica". Quizá la historieta, de los años 50 se había inspirado en la misma máquina que vamos a describir. La imaginaba el medio ideal para huir del odiado colegio, despegando entre ensordecedores bramidos ante la mirada atónita de mis maestros, que miraban azorados con esa expresión que decía "Sabía que este chico iba a terminar haciéndonos esto". 

Mucho después vino aquel aviso; que descubrí en una vieja revista Mecánica Popular: El Gyrocopter, así se llamaba; pasó a ser mi sueño inalcanzable.

Y un buen día llegó. Estaba colgado de unos cables de acero, dentro de un gigantesco hangar en el Museo del Aire y El Espacio en Dayton, Ohio. Ese día cambió mi vida.

Había ido de visita a una gigantesca convención de radioaficionados; la Dayton Hamvention (Soy radioaficionado, ahora radio veterano LU1-AR, desde los 13 años) y después de los cuatro o cinco días que duró la feria, decidimos pasar con mis amigos a visitar ese museo, que es uno de los más grandes del mundo.

Hasta ese entonces la aviación sólo me interesaba de manera colateral: Había sido aeromodelista y había inventado máquinas de volar -ahora sé que jamás hubieran volado- y construido algunos cohetes (De los que prefiero no hablar).

Fui muy bien atendido en el museo, por voluntarios de la Experimental Aircraft Associatión (EAA) -La Asociación de Aeronaves Experimentales de los EE.UU.-. Enseguida pregunté: Tienen un girocóptero?

El guía me explicó que sí. Había un Gyrocopter, como se llamaba ese aparato en los EE.UU., que había diseñado un ingeniero

ruso-norteamericano llamado Igor Bensen, basado en el desarrollo del ingeniero español Don Juan de La Cierva pero que justo en ese momento estaba expuesto en otra institución.

No obstante, el hombre -que era un verdadero profesional-me dijo que tenían una joya de la que derivaba el aparato de Bensen, el Rota giro Focke-Achgelis FA 330.

Este aparato, era exactamente una silla voladora!!. Los marinos de los submarinos alemanes, lo sacaban por una escotilla cabía desarmado en una litera y lo ensamblaban rápidamente sobre la cubierta. Luego, enfilaban la proa hacia el viento manteniendo un rumbo constante, que sumaba la velocidad de la nave a la del viento. Entonces; el piloto subía al aparato, un ayudante le daba unos cuantos giros al rotor de 3 palas; luego el mismo viento lo ponía en plena rotación y.....se elevaba; sujeto por una cuerda liviana y fuerte que llevaba además el cable, para la comunicación telefónica con el submarino. Desde las alturas -quizá unos 200 metros- el piloto mandaba las observaciones visuales al capitán. Luego lo bajaban tirando despacio de la cuerda hasta llegar a la cubierta nuevamente.

Si algo salía mal, el piloto tiraba de una palanca, que liberaba tanto la cuerda de remolque como el rotor, mediante unos pernos explosivos (¡éstos alemanes!) y el rotor expulsado, jalaba de un paracaídas que había detrás del respaldo del asiento al que estaba sujeto el piloto; que salía hacia arriba colgado del arnés.

Los alemanes tenían en Francia (Chalais-Meudon); instalaciones especiales con túneles de viento gigantescos para entrenar a los pilotos de este singular aparato.




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